Jorge Cruz, Caracas, 24 de mayo de 2021
¡Estamos en
épocas de reencuentros! ¡Con nosotros mismos!
Uno de los
fenómenos de la diáspora es que al entrar en contacto con otras nacionalidades,
algo que era relativamente ajeno para muchos, sobre todo desde el rol como un
foráneo, nos miramos y nos decimos, generalmente en voz interna: ¡Yo no soy
como ellos!
El primer golpe
para muchos es en el habla. Aunque en cualquier país hispanoparlante,
supuestamente, deberíamos entendernos sin problemas, descubrimos que parte de
nuestras palabras, dichos o incluso construcción semántica no existen o tienen
otro significado, algunas veces hasta nos sonrojan al saber que hemos dicho.
Nada que apuntar si es otro el idioma que domina, del cual empezamos a dar unos
primeros pasos: es un sentirse desvalido, hasta que podemos expresar nuestros
sentimientos o comprender lo que nos exponen, al principio muy a medias, donde
la imaginación o la kinestesia es importante.
Luego empezamos a
notar otros aspectos: forma de responder ante los problemas; el significado de
la amistad o conocidos; la forma de comenzar una conversación para matar el
tiempo, sea en la espera del transporte, la cola de un trámite, el encuentro
casual en un autobús o ascensor… (esa forma de hacer “amigos” instantáneos y
fugaces), entre otros.
Las sensaciones
del que abandona su lugar es de desconcierto, sabe que no pertenece allí, pero
ha tomado una decisión, algunas veces por ser la única vía que ve como escape a
una situación económica angustiante, en otros casos como una forma de
desarraigo, de no pertenencia y otro grupo por acoso político.
Al arribar al
nuevo territorio hay un sentimiento de falta de raíces, puede llevar a tomar
varias vías, dos extremos opuestos son: intento de mimetización, asumir lo más
pronto posible sus modismos, formas de actuar…; el contrario es una lucha
permanente por mantenerse como un extraño, no se intenta aprender las nuevas
formas de hablar o idioma, por ejemplo.
Aunque, a pesar
de todos los esfuerzos y energía “invertida” en la transformación, más aún si
es de resistencia, siempre tendrá una sensación de no pertenencia, de estar en
un limbo cultural, se sabe ajeno a la nueva y desear renunciar (o no) o
desligarse de la original.
Emerge aquí una pregunta:
¿hay una cultura venezolana? La realidad es que si y no, es un mosaico de
diversas localidades, ya sean andinas vs costeras; orientales contra
occidentales y centrales; hijos de inmigrates europeos o latinoamericanos
llegados hace unas décadas en el siglo pasado y del otro lado los que tienen
mayor tradición, desde indígena hasta español (con sus diversos orígenes:
península o las islas) y africano, también con lugares distintos de la
geografía de dicho continente. Además, debemos sumar a ello, la extensa vías de
comunicación que se construyó desde mediados del siglo pasado, como también de
los medios de comunicación, especialmente la televisión, con mucha penetración
porque era relativamente barato adquirir un televisor, lo que permitió ir
creando estereotipos que se distribuyeron a lo largo y ancho de la nación.
Traigo un ejemplo: el habla del malandro.
En pocas
palabras, el venezolano no es un ente definible, sino un agregado de préstamos
culturales, de resistencia y descarte, de selección de opciones (generalmente
inconscientes) y por último de sentido de identidad con símbolos, discursos,
maneras de hacer, que aunque dispares se pueden decir que dan un sentido de
pertenencia; como también cambios, no es estática.
Voy a extenderme
un poco más en los dos últimos mencionados: una cosa es la identidad y otro el
sentido de pertenencia.
Las elecciones
La identidad,
casi como la nacionalidad, se adquiere por haber nacido en un territorio o por
consanguinidad, en términos legales les llaman: lus soli, para el primero y lus
sanguinis para el segundo.
Aclaremos un
poco, por ver luz en un lugar no significa automáticamente ello, sino por los
lazos que se crean a lo largo de su transcurrir en la vida, por la asimilación
o copia de los modelos de conducta de sus progenitores, familiares, amigos y lo
aprendido en la escuela o medios. Es decir, se asume la cultura en la cual se
transita.
Por
consanguinidad, debo señalar que es algo no real, pero lo utilizo para poner un
nombre; no es por los genes o la sangre que corre en nuestras venas, sino porque
en casa nuestros padres y/o abuelos nos transmitirán la cultura en la cual
están “registrados”. En diversos casos los padres deciden no enseñar el idioma
materno, pero ello no significa que no trasladen a ellos su forma de ver el
mundo. En breve, por más que se intente que sus hijos se integren, siempre
tendrán formas de comportamiento que son ajenas a la cultura en la cual viven.
Como dice una adagio que se origina en un verso de una canción: “Por más que te
tongonés, se te ve el bojote”; por ello considero que es preferible ofrecer la “herramienta”
del idioma es un plus que sería de utilidad, con toda seguridad en el futuro de
ese niño.
Ahora el
siguiente concepto: sentido de pertenencia.
Él, se puede
percibir en su definición, escoge. Yo pertenezco a donde yo decida, es una
selección, algunas veces conscientes, aunque generalmente son inconscientes, ya
que en la escogencia hay elementos que son sensitivos y algunos mínimos
racionales. Yo secundo plenamente esta frase de quien recientemente falleció,
Humberto Maturana: “No es cierto que los seres
humanos somos seres racionales por excelencia. Somos, como mamíferos, seres
emocionales que usamos la razón para justificar u ocultar las emociones en las
cuales se dan nuestras acciones.”.
Yo puedo estar rodeado de
contenidos de una cultura y “decido” pertenecer a otra, por ejemplo, en la
comunidad donde vivo se escucha, baila y canta salsa, yo puedo escoger el rock
como mi música preferida, con ello inicio una transformación, que puede abarcar
mi vestimenta, comportamiento, filosofía...
Esto es lo mismo que
sucede cuando se traslada a una cultura o territorio diferente al original,
como está ocurriendo a los migrantes venezolanos. Hemos visto en los medios
fotos o videos en los que aparecen con la franela vinotinto, la que utiliza la
selección nacional de fútbol o con gorras con la bandera o con la bandera
ondeando, que nos da el mensaje de adaptación a medias o resistencia ante un
entorno en el cual se sienten extraños, de no pertenencia.
Aunque pareciera
que me he referido principalmente para el caso venezolano, es algo que está
presente para todas las culturas, con más o menos similar dinámica, sin
embargo, la venezolana está siendo sometida a un proceso de mayor aceleración,
dada su gran movilización, tanto dentro como fuera de su territorio.
Por este motivo,
cada vez que viajamos, ya sea dentro o fuera de casa, al regresar sentimos esa
sensación de estar en el lugar indicado. Una de las manifestaciones común al
avión tocar tierra es aplaudir, no por estar en tierra sino por estar en el
hogar, ese lar grande que es la nación o ciudad, pero especialmente por la
“cueva” donde habitamos, la cual puede estar en el lugar donde nacimos o
cualquier otro espacio que hemos elegido como tal. Esto también funciona para
la cultura.
Conclusiones
He querido argumentar
que una cosa es que se nazca e identifique con una cultura como propia y otra
que se asuma como tal. Son dos momentos diferentes.
Desde el momento
del embarazo comenzamos a recibir información y sensaciones de nuestros padres,
especialmente de nuestra progenitora, esta se va acumulando a medida que crecemos,
por ello se convierte en nuestra identidad y primera cosmovisión.
Por muchos siglos
esta fue la forma tradicional, la comunidad en la cual crecimos era el centro
de toda la información que aprendíamos y asimilábamos.
Al aparecer los centros urbanos, que se fueron
enriqueciendo con migraciones, esta historia comenzó a tener otro perfil, los recién
llegados traían otra formas de ver y comportarse, pero además, iniciamos una pertenencia
a diversos espacios o comunidades: el vecinal, el religioso (que no necesariamente eran los
mismo participantes), el de centros educativos, el equipo de un deporte x, entre otros; con ello nuestro
acervo se expande, son diversos los encuentros y diversas las informaciones.
Por ese motivo,
podemos tener una divergencia entre la identidad y la sensación de pertenencia,
el ser miembro de una cultura que no necesariamente es la que nos vino de “fabrica”.