Jorge Cruz, Caracas, 23 de noviembre de 2020
¡Síganme los buenos!
Esa inocente expresión, que con toda la buena intención se
pronuncia (quien la popularizó fue un personaje de la televisión), pudiera
esconder demonios tras de ella.
Tengo que confesar que soy de los malos, no se asusten, sólo de
los malos televidentes. Escasamente vi alguno de los episodios del Chapulín, el
Chavo u otro de la misma pluma: Roberto Gómez Bolaño.
Por lo anterior, no voy a hablar sobre cualquiera de tales
programas televisivos. ¡No! Me interesa es la frase.
Como dije al principio, pareciera una reunión de palabras que
llaman a la comunión de un grupo: los buenos. Uno se pregunta: ¿qué pasa con
los medios buenos, los medios malos y los malos? Pues simplemente son excluidos
de esta ecuación.
Tal vez algunos me interrogarán que tengo que definir bueno-malo,
pero no estoy interesado en discusiones éticas. Mi preocupación es en el
fenómeno que se puede generar cuando se limita a un grupo y se confronta con
otro, en pocas palabras, lo que puede convocar el fanatismo, producto de una
sencilla conjunción de palabras.
Veamos lo que he afirmado. Unas
simples letras, en este caso, podría crear una narrativa, las narrativas, a su
vez, producen visiones de mundo; las culturas se transforman en conductas y
dichas conductas en acciones que pudieran causar distanciamientos, acosos, asesinatos,
encarcelamientos…
Claro está que este recorrido desemboca en lo más extremo, también
hay posibilidades que no se llegue a ese punto.
Militancia
Ya he venido sosteniendo en diversos artículos anteriores que
todos tenemos alguna narrativa en la cual afincamos nuestros deseos y accionar,
ha sido la forma como nos hemos podido agrupar en sociedades grandes números de
personas.
Ese pegamento tiene diversos niveles para congregarnos, haciendo
un recorrido de mayor a menor: primero como especie Sapiens, luego como miembro
de un continente, sigue como región de cada continente, llegamos a un
Estado-nación, a una región dentro del país, a una ciudad, un barrio, el
vecindario o condominio (junta administradora del edificio), nuestra familia. Hay
otros tipos más, como el grupo del lugar donde se labora, la iglesia a la que
se asiste, el color de la piel, la profesión aprendida, el género, la edad, el
equipo de nuestro deporte favorito, la música que escuchamos… Con ello quiero
exponer que no hay una sola narrativa, sino que todos estamos construidos de
infinidad de retazos de discursos que asumimos como nuestra verdad.
Al no haber una sola narrativa, al pertenecer a diversos aros de
identidad, nuestra individualidad es la que determina nuestro acontecer y grado
de compañerismo. Estos pueden ser fugaces o tendencia a lo permanente, porque
nuestras narrativas cambian con el pasar de los años, la experiencia y los
conocimientos formales adquiridos.
Hasta este momento he mencionado solo el plano de cada ser humano,
pero hay otras fuerzas que operan en dirección para aglutinar: los liderazgos. Ya
lo he planteado con anterioridad que una de las primeras conductas que
realizamos al estar más de dos personas, es crear estructuras de poder.
Los líderes pueden ser responsables de que se puedan llegar a
situaciones extremas o no. Sus discursos pueden llamar a la confrontación o no,
a posiciones radicales o lo contrario, puede apaciguar los ánimos o exacerbarlos.
En pocas palabras, un líder puede calmar las expresiones de
violencia al bajar la intensidad de las acusaciones contra el otro, como
también puede llevar a la convivencia por medio de aceptación al diferente, de
negociaciones, no del tipo Suma cero, sino del de ganar-ganar o lo opuesto.
Por este motivo, la militancia en alguna tendencia puede ser
beneficiosa, como sentido de identidad, por ejemplo; pero también tiene su cara
oscura: peligrosa, puede causar daños a otros o se los pueden causar los otros.
Una de las peculiaridades de esta participación es que no se es
consciente de su ser, es cuando ese adagio: “el árbol que no permite ver el
bosque” cobra mayor personalidad, actuamos obnubilados, por una narrativa,
andamos como una masa que ha sido moldeada en un determinado sentido, inmersos
en un mundo de sentimientos y emociones que dirigen nuestros pasos, sin
analizar o detenernos a intentar ser algo objetivos en lo que hacemos.
Ahora bien, por el acicalamiento por parte de grupos de poder de
nuestros instintos, pudiesen afloran sin control, el odio, el resentimiento, la
envidia… o podemos tolerar al otro, entender que las diferencias son
provechosas y que al comprenderlas aprendemos y crecemos como individuo.
Tolerancia
Tenemos así, que la militancia posee una tendencia hacia el
fundamentalismo, sino es autosupervisada, y la primera víctima es el aceptar al
otro, la tolerancia de los diferentes, porque es del reino de los otros: una
república, un color de piel, un género, una identificación sexual, un idioma,
una forma de vestir, una creencia, una formación técnica, un equipo de
deportes, un nivel educativo, un poder adquisitivo, un…
Antes de calificar o peor aún, descalificar, hay que comprender.
Tolerar significa reconocer, valorar, entender que la diversidad es lo más sano
de la naturaleza, que es la mayor riqueza, nosotros como otra especie más
debemos practicar las enseñanzas de ella. Esa propensión a la homogenización debe
ser enfrentada, combatida, alejada…
Ampliar nuestra perspectiva no es una opción, es la opción. Al
practicar la aprobación del otro, nuestra visión se torna en mayor abundancia de
saberes, estar en el entorno y, especialmente, dejamos de sentirnos como lo
amos del valle.
Por último, quiero resaltar lo más paradójico: el radicalismo puede
ser que logre victorias, gracias a su capacidad de sumar, a la combatividad de
sus militantes, a la perseverancia de sus miembros; pero a su vez es la
negación de sus luchas. Si unas personas se cohesionan en pro de la inclusión
de un sector de la población, que por alguna razón está siendo desplazado, no
escuchado, expoliado de sus derechos, lo cual puede provocar que se reúnan en
sectas o movimientos para luchar por el reconocimiento de los mismos, su
actuar, esos agrupamientos, genera distancia con el otro, es decir, repite lo
que combate, no incluye al otro, sino que excluye, marca distancia. En breves
palabras, es lo opuesto a lo que ha motorizado sus luchas o reivindicaciones,
homologas a tu adversario, como los cerdos al final de la obra de George
Orwell: La Rebelión en la Granja.
Si bien, la competencia es necesaria, que los relevos en el poder
son importantes, no se debe tirar tanto que la soga se reviente.
En pocas palabras, los extremismos son la modalidad más perversa
del ego, aunque nadie está exento de ello, por lo cual debemos ser cuidadosos.
No podemos evadir el pertenecer a un grupo, si podemos ser cautos
en cuanto a nuestras posiciones, debemos combatir los extremos, la tolerancia
debe ser nuestra guía.