Muchas veces o generalmente nos guiamos por los estereotipos
sin mirar mucho más allá. Nos quedamos en la cornisa, detallar las columnas y
mucho menos la fachada.
Tengo una anécdota. Hace muchos años unos amigos me
invitaron a participar de una actividad de extensión de la Facultad de Odontología,
ellos iban para Chuao, Aragua, a realizar una jornada de su especialidad con
todos lo que quisieran ser “jurungados” en su boca de forma gratuita, era un
grupo que tenía pocos años de andanza y estaban extendiendo sus acciones a
comunidades a lo largo del país; como tenían sus tropiezos con comunidades, surgió
la iniciativa interna de pedir asesoría a antropólogos. Yo acepté el convite
con agrado.
El profesor coordinador del grupo, de manera deliberada, me mandó
a unirme en el vehículo del subgrupo que se había opuesto a la participación
externa. El viaje de Caracas a Puerto Colombia (Choroní) fue poco
amistoso. Creo que si me dirigieron la
palabra dos veces, por varias horas, es mucho.
Llegamos a pueblo de Chuao, allí tuvimos una charla sobre el
pueblo y sobre el trato con y de la comunidad.
Algunas de las cosas que les comunicamos y advertimos que
podrían suceder, sucedieron (no recuerdo los detalles), lo interesante fue el
cambio de actitud de las personas que fueron mis acompañantes de ruta
terrestre, querían saber más sobre la comunidad, demostrando con ello que un nuevo
mundo se abría a sus pies, que cada especialista tiene importancia para lograr
objetivos comunes y que no debes juzgar, por las apariencias (la de un hippy,
mi persona). Me pidieron encarecidamente que regresara con ellos.
Toda esta larga perorata es porque tengo que confesar que
Henry Ramos Allup siempre lo vi como un adeco más, esos que son amigos, pero si
los puedo evitar mejor.
En su alocución de cierre a la Memoria y Cuenta del
presidente dijo varias cosas que me hacen valorarlo como un DEMOCRATA,
principio que yo tengo en alta estima e intento practicar al máximo.
Él señaló que antes del golpe del 2002 advirtió que se
estaba fraguando, que esta información le llegó a Chávez, quien la desechó por
venir de un adeco.
En pocas palabras, él dijo: No me tilden de golpista porque
no lo soy, algo que reafirmó posteriormente en su intervención, cuando volvió a
corroborar que los militares deben estar en el cuartel y los civiles en el
poder.
De allí que sus llamados al debate debemos tomarlos como
reales, que provienen de un hombre que cree en ellos, por ello mismo felicitó
por el nombramiento de Aristóbulo Istúriz, persona negociadora, que cree
también en el debate.
Quiero decir con ello que este fue un duro golpe para los
intolerantes, fanáticos que piden por el rodar de cabezas. No es con la
inquisición como saldremos de este “hueco”, no es señalando y acusando solo por
vestir un color diferente que el país se recuperará, con estigmas y menos aún
con eslóganes que podremos enrumbarnos. Se necesita escuchar al otro (algo que
se ha perdido en el camino, que, especialmente los oficialistas practican,
incluso dentro de sus propias filas, la cacería de brujas o el etiquetar ha sido
algo permanente y excluyente); necesitamos sumar fuerzas, empujar todos en un
mismo sentido o por lo menos la mayoría; debemos reconocer que el rumbo del
país está perdido; que el modelo rentístico que se arreció bajo este gobierno, dependemos
casi exclusivamente de la renta petrolera y un poco de los impuestos, porque
acabamos con la producción nacional y como consecuencia con la exportación de
productos diferentes al petróleo, es inviable; tenemos que entender que no ha
habido una revolución sino el recrudecimiento de un capitalismo rentista.
El país necesita de demócratas en todo el
sentido de la palabra y no de intolerantes talibanes.
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