Jorge Cruz, Caracas 23 de Septiembre de 2013
 Mi ateísmo o agnosticismo hace que todo aquello que huele, noto, palpo,
 oigo o saboreo como religioso o militancia ciega me causa rechazo. Mi 
primera reacción es engrincharme como un gato, huir despavorido, sentir 
urticaria subiendo por mi cuerpo; no lo puedo evitar. Posteriormente lo 
analizo.
 
 Sé que pertenecer a un
 partido (para mí es muy similar a iglesia o religión) tiene sus 
ventajas: se pertenece a una comunidad, se fortalece el sentido de 
pertenencia e identidad, se tiene un sentido a la vida (hay un futuro 
que promete el partido), se esconden los miedos propios y debilidades en
 el grupo, se crean lazos de amistad nuevos (en las iglesias se incluso 
llegan a llamarse hermanos o para el que “dirige” el rebaño: padre); en 
pocas palabras se crea o se es feligresía de una comunidad con su 
cultura. 
 
 También tiene sus perjuicios: si por un lado se 
integra a un nuevo grupo, por el otro se excluye al que no se considera 
parte de su comunidad. Puede comenzar con simple desprecio por lo que 
comenta, hasta llegar a cortar la comunicación (se le borra como amigo 
en Facebook o cualquier otra red de intercambio), se proyectan todos los
 males hacia el otro (el otro es el causante de todos los problemas que 
surjan, se convierte en el chivo expiatorio). Así se rompen amistades de
 años, matrimonios, comunidades (he visto comunidades indígenas 
divididas), hasta un país. Porque todo se simplifica a dos bandos: los 
que simpatizan con mi grey o los que no, por ello, no se aceptan puntos 
intermedios, todos los que no están conmigo están contra mí, el mundo se
 convierte en una dualidad. 
 
 Peor aún es cuando se respalda la 
desaparición física, ya sea por emigración (ese si no les gusta váyanse)
 o por la muerte. No existe el diálogo, solo debe prevalecer los 
dictados del partido.
 
 Como resultado de ello, la justicia 
(siempre está de los que tienen el poder, ya sea político y/o económico)
 pasa de una exclusión a otro tipo de exclusión; ella sirve para 
castigar a los “pecadores”, los agentes del mal, los apátridas, los 
vendidos a entes extranjeros…
 
 Si hay incomunicación o incluso 
violencia, la culpa es del otro. Quien la provoca son los que no están 
con mi partido. La intolerancia es la invitada de honor.
 
 Esto 
opera porque las culturas, si bien son un elemento integrador, también 
son una barrera que evita las fugas. Si por un lado te permite crecer, 
por el otro te prohíbe crecer más de los debido, todo tiene que ser 
dentro de los límites de lo permisible. Se debe evitar los saltos de 
talanquera, porque merman al partido de miembros e imagen. Todo debe 
estar dentro de los “principios y valores” que ha generado el partido. 
 
 Para ello es necesario el control de la información: el partido es 
quien emite la verdad, lo que viene del otro lado es simple saboteo, 
mentiras, inventos para destruir la “realidad” que se está construyendo.
 
 No voy a caer en extremismo y afirmar que todos los partidos tienen esa
 tendencia TAN excluyente, algunos o en algunos momentos apelan al 
fanatismo, al rebaño que repite como un MP3, especialmente si están en 
una etapa de crecimiento, otros buscan su expansión con exclusión 
(siempre presente), pero sin atacar para acabar o desaparecer al otro 
como premisa fundamental.
 
 Esta última manifestación, intentar 
desaparecer al otro, son propios de movimientos que desean permanecer en
 el poder por largo rato, con tendencias monopolizadoras, son 
antiparticipación, la mayor contradicción y fin último de los monopolios
 es acabar con la competencia o participación de otros. En pocas 
palabras, son antidemodráticos, no se desea la pluralidad, aunque se 
manifieste como principio, son tendientes  o directamente una dictadura;
 ejemplos hay muchos y todos con resultados nefastos y dolorosos por lo 
costos humanos: los nazis, los fascistas, los bolcheviques son 
posiblemente los más sonados, pero no los únicos, porque podemos mirar a
 diversos países de todo el planeta,  por solo citar unos pocos:  Medio 
Oriente, África, América y Asia.
 
 En resumen, los partidos son 
la negación de lo que manifiestan: antimonopolio, democráticos, 
pluralista, laicos; o lo pudieran ser, pero solamente para los que 
realizan dichas actividades dentro de las líneas del partido, bajo la 
dictadura del partido. Los derechos son pisoteados en nombre de los 
derechos de los simpatizantes, que son los que cuentan.
 
 La 
actitud de sus militantes es despectiva contra todos los otros y 
justifica o intenta justificar los actos de su partido, aun cuando van 
en contra de sus principios personales, siempre se tendrá una excusa a 
la mano para validar los aciertos, pero especialmente los desaciertos. 
Hay un temor enorme de sentirse apartado, de expulsión, de no 
pertenencia, aunque ello pueda, en sus momentos de reflexión, significar
 estar claro que se están haciendo mal las cosas, se autojustifica con 
un después se podrá corregir (no sé porque me parece tan similar a los 
argumentos de los tecnologistas, que pueden notar un problema causado 
por una tecnología, pero alegan que se puede solventar con otro 
invento).
 
 El colmo de su religiosidad es cuando aparecen 
profetas o apóstoles, los  cuales son seguidos con una devoción que no 
dista mucho de los dioses. Les recomiendo para entender esto la lectura 
del artículo del Dr. Enrique Alí González Ordosgoitti: Del Profeta 
Chávez al Apóstol Capriles. La Dimensión Religiosa en la Lucha Política 
en Venezuela, en  http://ciscuve.org/?p=3782 .
 
 Prefiero a los movimientos: amorfos, en permanente cambio, con pocas 
metas, pero claras, plenos de energías, donde todos se escuchan y 
respetan, donde la tolerancia es aún enorme. 
 
 No puedo negarlo, cada vez que escucho de un partido, me cruzo para la acera de enfrente.
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