Wednesday, October 9, 2013

¡¡Ahí va un partido!! ¡¡Qué le vaya bien!!

Jorge Cruz, Caracas 23 de Septiembre de 2013
Mi ateísmo o agnosticismo hace que todo aquello que huele, noto, palpo, oigo o saboreo como religioso o militancia ciega me causa rechazo. Mi primera reacción es engrincharme como un gato, huir despavorido, sentir urticaria subiendo por mi cuerpo; no lo puedo evitar. Posteriormente lo analizo.

Sé que pertenecer a un partido (para mí es muy similar a iglesia o religión) tiene sus ventajas: se pertenece a una comunidad, se fortalece el sentido de pertenencia e identidad, se tiene un sentido a la vida (hay un futuro que promete el partido), se esconden los miedos propios y debilidades en el grupo, se crean lazos de amistad nuevos (en las iglesias se incluso llegan a llamarse hermanos o para el que “dirige” el rebaño: padre); en pocas palabras se crea o se es feligresía de una comunidad con su cultura.

También tiene sus perjuicios: si por un lado se integra a un nuevo grupo, por el otro se excluye al que no se considera parte de su comunidad. Puede comenzar con simple desprecio por lo que comenta, hasta llegar a cortar la comunicación (se le borra como amigo en Facebook o cualquier otra red de intercambio), se proyectan todos los males hacia el otro (el otro es el causante de todos los problemas que surjan, se convierte en el chivo expiatorio). Así se rompen amistades de años, matrimonios, comunidades (he visto comunidades indígenas divididas), hasta un país. Porque todo se simplifica a dos bandos: los que simpatizan con mi grey o los que no, por ello, no se aceptan puntos intermedios, todos los que no están conmigo están contra mí, el mundo se convierte en una dualidad.

Peor aún es cuando se respalda la desaparición física, ya sea por emigración (ese si no les gusta váyanse) o por la muerte. No existe el diálogo, solo debe prevalecer los dictados del partido.

Como resultado de ello, la justicia (siempre está de los que tienen el poder, ya sea político y/o económico) pasa de una exclusión a otro tipo de exclusión; ella sirve para castigar a los “pecadores”, los agentes del mal, los apátridas, los vendidos a entes extranjeros…

Si hay incomunicación o incluso violencia, la culpa es del otro. Quien la provoca son los que no están con mi partido. La intolerancia es la invitada de honor.

Esto opera porque las culturas, si bien son un elemento integrador, también son una barrera que evita las fugas. Si por un lado te permite crecer, por el otro te prohíbe crecer más de los debido, todo tiene que ser dentro de los límites de lo permisible. Se debe evitar los saltos de talanquera, porque merman al partido de miembros e imagen. Todo debe estar dentro de los “principios y valores” que ha generado el partido.

Para ello es necesario el control de la información: el partido es quien emite la verdad, lo que viene del otro lado es simple saboteo, mentiras, inventos para destruir la “realidad” que se está construyendo.

No voy a caer en extremismo y afirmar que todos los partidos tienen esa tendencia TAN excluyente, algunos o en algunos momentos apelan al fanatismo, al rebaño que repite como un MP3, especialmente si están en una etapa de crecimiento, otros buscan su expansión con exclusión (siempre presente), pero sin atacar para acabar o desaparecer al otro como premisa fundamental.

Esta última manifestación, intentar desaparecer al otro, son propios de movimientos que desean permanecer en el poder por largo rato, con tendencias monopolizadoras, son antiparticipación, la mayor contradicción y fin último de los monopolios es acabar con la competencia o participación de otros. En pocas palabras, son antidemodráticos, no se desea la pluralidad, aunque se manifieste como principio, son tendientes o directamente una dictadura; ejemplos hay muchos y todos con resultados nefastos y dolorosos por lo costos humanos: los nazis, los fascistas, los bolcheviques son posiblemente los más sonados, pero no los únicos, porque podemos mirar a diversos países de todo el planeta, por solo citar unos pocos: Medio Oriente, África, América y Asia.

En resumen, los partidos son la negación de lo que manifiestan: antimonopolio, democráticos, pluralista, laicos; o lo pudieran ser, pero solamente para los que realizan dichas actividades dentro de las líneas del partido, bajo la dictadura del partido. Los derechos son pisoteados en nombre de los derechos de los simpatizantes, que son los que cuentan.

La actitud de sus militantes es despectiva contra todos los otros y justifica o intenta justificar los actos de su partido, aun cuando van en contra de sus principios personales, siempre se tendrá una excusa a la mano para validar los aciertos, pero especialmente los desaciertos. Hay un temor enorme de sentirse apartado, de expulsión, de no pertenencia, aunque ello pueda, en sus momentos de reflexión, significar estar claro que se están haciendo mal las cosas, se autojustifica con un después se podrá corregir (no sé porque me parece tan similar a los argumentos de los tecnologistas, que pueden notar un problema causado por una tecnología, pero alegan que se puede solventar con otro invento).

El colmo de su religiosidad es cuando aparecen profetas o apóstoles, los cuales son seguidos con una devoción que no dista mucho de los dioses. Les recomiendo para entender esto la lectura del artículo del Dr. Enrique Alí González Ordosgoitti: Del Profeta Chávez al Apóstol Capriles. La Dimensión Religiosa en la Lucha Política en Venezuela, en http://ciscuve.org/?p=3782 .

Prefiero a los movimientos: amorfos, en permanente cambio, con pocas metas, pero claras, plenos de energías, donde todos se escuchan y respetan, donde la tolerancia es aún enorme.

No puedo negarlo, cada vez que escucho de un partido, me cruzo para la acera de enfrente.

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