Jorge Cruz, Caracas 20 de Septiembre de
2013
Una de las grandes enseñanzas que me ha
dado mi cruce de conocimientos con los temas ambientales ha sido entender que
la naturaleza tiene su ritmo, su velocidad de cambios; el cual es muy diferente
del que queremos imprimir nosotros los
animales humanos.
Ha habido mucha arrogancia de nuestra
parte, mucha muestra de somos los machos alfa de la naturaleza, tenemos un inmenso poder y podemos hacer lo
que nos venga en gana, porque siempre habrá una solución tecnológica o idea
genial que lo solventará.
Esa visión antropocéntrica también la hemos
extendido hacia nuestro congéneres de especies, los otros humanos.
Permanentemente, los que están en el poder dan muestras de tales “superioridades”.
Lo real es que la naturaleza es lenta en
sus cambios, generalmente van a mucha menor velocidad que un caracol, el resto
aún más lento, toman más tiempo del que nuestra vida individual quisiéramos.
Pero no solamente es lenta, sino es quien
realmente tiene el sartén por el mango. Ella, cada cierto tiempo, nos somete a
cambios bruscos: terremotos, huracanes, tormentas eléctricas, entre otro.
Siempre nos pasa la factura, tarde o temprano. Su velocidad se impone, queramos
o no.
En esos cambios violentos quedan son pedazos
de un pasado desperdigados, donde ella posteriormente pone orden y nosotros
participamos en esa recomposición.
Cuando queremos demostrar lo contrario,
gritar que somos superiores, lo hacemos temporalmente y luego viene un
recordatorio. Yo recuerdo que en el año 1982 estuve en Manaos, Brasil, de allí
partía una autopista a dos canales por ambas vías hacia Porto Belo, al sur de
la primera ciudad, hacia el corazón de la selva. Unos diez años después era
solamente un recuerdo, la naturaleza se había “devorado” esa faraónica
iniciativa. Hoy es solamente un recuerdo de una idea fallida.
Con bastante frecuencia aparecen ideas tan estruendosas
como un relámpago, algunas se les ha llamado revolución, porque supuestamente significan
cambios drásticos, por ejemplo la revolución verde, que iba a solucionar el
problema del hambre en el planeta por un aumento significativo de la producción,
eran semilla que incrementaban la cantidad de las mismas por mata y, con ello,
el rendimiento por hectárea sembrada; unas
cuantas década después, realmente solo ha revolucionado los bolsillos de cierta
transnacionales.
También en lo social hemos llamado
revoluciones a diversos movimientos: la francesa, la rusa, entre otras.
Todas ellas han terminado como la autopista
Manaos- Porto Belo: reagrupando algunas nuevas figuras en el poder (reacomodos,
gatopardismo), algunos nuevos machos alfa en el cenáculo; pero migajas, sobras
para los que verdaderamente necesitan de los cambios.
Muchas de ellas comienzan con mucha
arrogancia: hay que destruir TODO lo “viejo”, hay que imponer nuevas formas de
hacer las cosas. La Revolución Verde es un gran ejemplo de ello: se crearon
nuevas especies de cereales, se confiscaban las especies tradicionales y se
imponía, hasta por la fuerza, las
nóveles. Al final, no se ha acabado con el hambre, se han destruidos especies
que pudieran dar beneficios en el futuro, se han homogenizado las especies
disponibles para el cultivo, los campesinos sufre con los cambios y los
poderosos hacen grandes negocios.
Eso me hace recordar unas declaraciones de
un indígena estadounidense que leí hace mucho tiempo; decía algo parecido a
esto: el hombre occidental comienza con un toque de tambor y al poco tiempo
cambia, luego cambia otra vez, y otra vez y nuevamente; al final se olvidó
porque tocaba, cuál era sonido original, es un cambio permanente que no tiene
son ni ton.
Así andamos, de cambio en cambio, sin son
ni ton, cada cierto tiempo aparece una nueva ilusión, un acto de magia novel,
una prestidigitación que sorprende a sus seguidores.
Ayer fueron las cooperativas, después los
núcleos endógenos, posteriormente los Consejos Comunales, ahora son las
Comunas. Es una historia sin fin, experimentos y más proyectos, propuestas y
planes, crecen como los hongos, pero no son hongos son simples inventos que
generalmente se quedan en derroches de dinero (que alguien se guarda en sus
bolsillos) y la nota de cierre de capítulo: luego de tanto movimiento, que lamentablemente
tienen más de tintes electorales, poco
es lo que ha mudado.
Es que la naturaleza tiene su ritmo y
nosotros como animales seguimos los ritmos de ella. Nos rebelamos, pataleamos,
gritamos, desordenamos; ella, como toda madre condescendiente, permite y luego
acomoda el cuarto a su manera.
Los cambios que destrozan todo a su paso,
solo dejan desolación o estantes vacíos.
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