Jorge Cruz, Bogotá, 26 de octubre de 2016
“¡Usted ha destruido nuestras creencias y valores! ¿Y Ahora qué hago?” Esta fue una frase que un, ahora colega, expresó casi al final de un semestre, que reflejaba la angustia de la totalidad de los que estábamos en el aula. Para mí ha sido ello mi escuela, un permanente rehacer de mis creencias y valores que dan mis lecturas, conversaciones e investigaciones o análisis.
Ya no creo en la permanencia, sino en el cambio; si en algún momento vi con simpatía al chavismo (nunca militancia, siempre tuve una relación algo distante por estar encabezada por un militar), entre el 2000 y el 2007, allí me convencí que su tendencia era autoritaria y mis análisis eran con menos pasión por celebrarlo y más en entender sus propósitos.
Nunca ha habido odio, como recientemente me calificaron, ni fanatismo en contra, más bien ha sido una reflexión guiada por la búsqueda de sus metas y procesos en el largo plazo, desde un punto de vista crítico, nada partidista porque no simpatizo menos aún milito en un partido político.
Posición nada fácil porque siempre te tildan de militante de un grupo o de un candidato, algo a lo que nos ha reducido la visión polarizada de muchos (nuestra visión construye la realidad y nuestra verdad). Algo normal cuando mezclan táctica con estrategia.
Por ello no termino de comprender cómo puede haber personas que han sido formadas y entrenadas para realizar análisis críticos sobre lo que estamos viviendo, que padecen como padecemos millones de venezolanos las penurias de las colas, la paranoia de la inseguridad, la dificultad para poder adquirir alimentos y medicinas con un ingreso restringido y la migración de nuestros familiares e incluso de seres tan queridos como hijos, seguir actuando como si viviéramos en el mejor de los mundos.
En El Nacional recientemente apareció un artículo sobre la crisis universitaria, las deficiencias presupuestarias que hacen que los servicios disminuyan o desaparezcan, que los bajos sueldos y deterioro de la calidad de vida ha provocado la pérdida de profesores en números significativos y, por último, las aulas que languidecen por la poca asistencia de estudiantes.
Es un mazazo contra el futuro del país: desaparición de formadores, que en muchos casos son de los mejores pedagogos y de excelencia como investigadores en sus áreas; la fuga de emprendedores, que tienen buenos resultados en los países que los acogen o de estudiantes, que serán los que remplazarían a los formadores-investigadores y emprendedores; en pocas palabras, que se está comprometiendo el porvenir de la nación con menos innovación e investigación, menor calidad en los egresados de los centros de enseñanza y la juventud con mejores posibilidades de desarrollo ida.
Voy a poner mi caso particular que ilustra claramente lo descrito.
Mi hija estudiaba en las Universidad Simón Bolívar, estaba a pocos años de graduarse, en las vacaciones pasadas fue a intentar trabajar y ahorrar algo a un país vecino, consiguió trabajo y dadas las condiciones en las cuales se encontró en el país que la acogió decidió migrar: un ingreso que le permite sobrevivir y ahorrar un poco, ir a lugares de abastecimiento y poder adquirir lo que desee y no tener que vivir con la casi certeza que pudiera ser atracada por andar en la calle.
Ella contó con la suerte que en tres ocasiones hubo intento de robo que no se perpetraron por diversas razones, dos de ellos en una semana, ahora puede utilizar su celular para guiarse en la nueva ciudad sin el miedo de tener un arma que la apunta y pide sus pertenencias.
En el lugar de trabajo, a pesar de ser su primer empleo, de ser la segunda más joven allí, se le ha encargado que sea la responsable del cliente más importante e incluso, como es su deseo continuar con sus estudios, ya le han manifestado que acordarán nuevos horarios, dependiendo de lo que su universidad le permita.
Por qué una persona de valor del país tiene que migar es la primera pregunta que me viene a la mente, principalmente lo económico, sus últimos trimestres significaron un endeudamiento que crecía exponencialmente, los materiales que necesitaba para sus estudios se dispararon en precios y las mesadas que podía yo darle (aún percibiendo ingreso como trabajador de un ente del Estado), más lo de su madre, con pensión y jubilada, sin el bono alimentario, era insuficiente, por lo que tenía que recurrir a su tarjeta de crédito. Ello aparece muy bien reflejado en el artículo señalado. Sabemos que las becas estudiantiles son insuficientes para poder pagar un alquiler de una habitación, incluso compartida, ni hablar de otros gastos, que golpea a especialmente a los que tienen que movilizarse e instalarse en viviendas diferentes a las de sus padres.
El segundo detonante es la inseguridad de cuándo van a culminar sus estudios, mi hija perdió dos trimestres por paros y esa es una espada de Damocles cada inicio de clases. Los insuficientes presupuestos para la educación superior no son nuevos, pero en estos años es mucho mayor.
Tercero, la pérdida de calidad en lo que se imparte, su facultad ha sido golpeada por la falta de profesores, la sobre carga para los que quedan y el poco tiempo para los formadores para atender los casos individuales.
Cuarto, deterioro de los servicios. El comedor funciona a media máquina, sus concesionarios (en algunos casos funcionan de esta manera) están limitados por el monto asignado o reconocido por el gobierno para ofrecer una comida relativamente decente, con una oferta monótona e insuficiente; se suma a ello los cierres parciales e incluso en algunas universidades totales por semestres. De los transportes, ayuda para los que se movilizan de zonas no cercanas a la universidad (la USB, para poner un ejemplo, tiene rutas que traen estudiantes de Guarena-Guatire, Altos Mirandinos y Aragua), lo cual significa un ahorro sustancial en el pago de los mismos. De otras actividades como las deportivas o laboratorios para sus investigaciones o experimentos la mengua de implementos y condiciones mínimas para su uso es enorme. También se debe agregar los paros de trabajadores que en algunos casos que hacen que el mantenimiento sea inexistente por momentos.
Quinto, el mercado laboral se ha restringido, buena parte del aparato productor ha bajado Santamaría, con un crecimiento del Estado como empleador (parte de la política de control estatal por parte del gobierno, pero que no tocaré por ser un tema en si mismo) aunque ahora con un flujo de divisas mermado está reduciendo las oportunidades de empleo; por lo que nuestros jóvenes no ven posibilidades de poder conseguir un puesto de trabajo en sus áreas de formación.
Y sexto, la inseguridad, de los vehículos que transportan estudiantes a la universidad, en la segunda semana del trimestre que va en curso, fueron asaltado con la pérdida de celulares, dinero e, incluso, equipos como computadores o tabletas.
Ante este cuadro descrito y si comparamos con el que vivimos en nuestros años de estudiantes, sabemos que hay una gran diferencia, algunos pudimos ingresar en la época del boom petrolero de los setenta y principio de los 80, con un país pujante, que permitió que se masificara la educación, salud y vivienda (también sabemos que no era suficiente, que hubo sectores de la población que no participaron de esos beneficios o que parcialmente los tocaron), eran periodos en los cuales la profesionalización era vista como una forma de superación y de mejora en la calidad de vida, que a su vez redundaba en un país con buenas investigaciones e innovaciones tan necesarias.
También sabemos que Venezuela tiene bonanzas petroleras que hace que los gobernantes se embarquen en políticas sociales, entre ellas la educación, pero que son transitorias al depender de los mercados internacionales, que nuestro parque productor no es muy grande, que están también atenidos a los ingresos del Estado muchos de ellos.
Mas la situación actual es mucho más acuciante que lo vivido o sufrido en los 80 y 90, años de menores precios petroleros: nuestra “soberanía” alimentaria depende de los puertos, nuestras empresas en caída libre y sin visos de recuperación en el corto plazo y con ello la posibilidad de empleo, la inseguridad desatada como nunca, el salario de los profesionales (ni que decir de los trabajadores) no alcanza a llegar ileso el fin de mes y la educación, tal como la he apuntado.
Por ello me pregunto ¿dónde está la capacidad de crítica de esos colegas? ¿Será que hay un miedo enorme al cambio, a nuevas creencias? ¿Será que la conformidad de la edad es la que domina? ¿Será que la militancia partidista no permite que se vea la realidad, a pesar que un grupo tiene a sus hijos fuera por las razones arriba esgrimidas?
Yo si he sabido que hacer luego de esas clases: ¡Reinventarme permanentemente!