Jorge Cruz, Caracas, 30
de abril de 2020
En economía hay dos
términos que son directamente proporcionales, es decir, si uno sube, el otro
sube y lo contrario. Tales conceptos son: confianza y expectativas.
Cuando la confianza en
una nación es alta las expectativas son también altas. Si yo soy un productor y
tengo confianza en el gobierno de turno invierto porque mis expectativas son
que se va a crecer sin molestias por parte de los que están en el poder.
Voy a poner otro
ejemplo que ilustra claramente ello: Si tengo un trabajo, el cual veo que tengo
posibilidades de permanecer por largo tiempo, que mis ingresos mejoraran con el
tiempo por las posibilidades de ascenso (en pocas palabras, tengo alta
confianza en el futuro en dicha empresa), mis expectativas son altas y, por
ello, es probable que realice inversiones (compra) en vivienda, vehículo u
otras artículos para garantizar una mejor calidad de vida. Lo contrario es
estar en un lugar que no te la llevas bien con el jefe, que tu ambiente de
trabajo no es el preferido; como resultado, puede que, busques trabajo; si
puedes ahorras para evitar una sorpresa de desempleo… Tu confianza y
expectativas son bajas.
La confianza es
bivalente, es decir, se tiene o no confianza, no hay confianza a medias. Yo
creo que eres un hombre de palabra o no.
Las expectativas,
en cambio, si tienen una gradación, puedo tener altas, bajas, medias, de corto
plazo, de largo o mediano aliento…
Qué sucede cuando un gobierno permite invasiones a propiedades y robos o
empresas; realiza expropiaciones; tiene una legislación que limita el actuar,
como por ejemplo despedir a personal no productivo; la justicia es
discrecional… pues, nadie confía en ese régimen, por ello, los empresarios no
invierten, si lo hacen es con el mínimo para no arriesgar mucho, y la población
en general, cada cierto tiempo aparecen ajusticiamientos, la toma de la ley por
sus manos, Fuenteovejuna en acción o protestas con alta frecuencia, entre otras conductas.
Como he dicho esto
algo común en nuestra vida y de ello van a depender decisiones, que no son
exclusivamente económicas. En pocas palabras, determinan nuestra conducta de
vida a seguir.
Vamos ahora a un caso
concreto, un país: Venezuela. Desde hace más de 20 años un “nuevo” gobierno asumió el poder.
Empezó con cierta
confianza y expectativas, con el tiempo se fue incrementado, hasta las
elecciones del 2006, desde allí comienza un vaivén, sube y baja, hasta las
presidenciales del 2012, último triunfo de Chávez. Debemos recordar que en el
2007 pierde el referéndum y en el 2010 pierde ante la oposición, en términos de
votos, en las elecciones parlamentarias, aunque por un reciente cambio en el
reglamento interno se queda con la mayoría de la AN.
Al perecer el
comandante y aparecer su escogido en escena, los números siguen bajando, su
victoria en el 2013 estuvo en entredicho, no se quiso realizar una auditoría
profunda de los votos, en la última confrontación, donde participó abiertamente
la oposición, se dio una derrota aplastante al escoger diputados (2015).
Esto es en términos
políticos, en lo económico, se puede decir que las dos palabras han contado con
poca suerte.
Ya por el año 2001
se inician los conflictos con el sector empresarial. Desde esos años no ha
parado en acosar a los propietarios de compañías y haciendas, muchas de ellas
han sido expropiadas, se dice que solamente Chávez lo hizo en más de 1600, se
suma a ello invasiones, incluso a propiedades del Estado como tierras que eran
zonas experimentales para instituciones tanto académicas como entes dedicados a
la investigación agrícola. Todo este clima hizo que la confianza en producir se
fuera a pique; que empresas productivas, manejadas por el Estado, terminaran
siendo una carga, ya que su producción no era suficiente o nula; que haciendas
con cultivos o ganaderas bajaran sus cosechas a números íngrimos o que buena
parte su ganado desaparecieran por los robos o sacrificios para comer de sus
invasores.
Para mostrar cuan
profunda es la desconfianza, una investigación realizada en el año 2018 dio
como resultado que de 526 empresas de propiedad del Estado, 467 estaban acusadas
por corrupción, malos manejos, permanentes conflictos laborales… Es decir, casi
un 90% de las empresas en manos públicas estaban reprobadas.
En pocas palabras,
la economía es un fantasma que divaga sin rumbo conocido, se habla que el
Producto Interno Bruto, más conocido como PIB, esté a niveles parecidos a los
de los años 40 del siglo pasado. Nadie quiere invertir, nadie confía en la
moneda nacional y apela a otras más duras como dólar, Euros o, incluso, pesos
colombianos. Nadie o muy pocos ven con buenos ojos el futuro, por lo cual más
de 5 millones han emigrado.
Lo más terrible de
la historia es que por más que intente comprar conciencias, que soborne con
comida (bolsas clap) hacia los sectores de menores recursos (que ahora es una
gran mayoría según se puede percibir por el sueldo, el último incremento del
salario mínimo integral equivale a cerca de $6, un ingreso que es considerado
como de los más pobres en el mundo). Pero, entre los dueños de compañías el
recelo es aún mayor, lo cual augura que el futuro, mientras los mismos sigan en
el poder, no va a cambiar el panorama.
Ha sido un
barbarazo que ha dejado solo tierra yerma y continuará hasta tanto no abandonen.
Donde no hay
confianza, no hay expectativas y donde la ausencia de ambos existe, solo hay
desesperanza. No se puede negar que la realidad pide un cambio a gritos.
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