Jorge Cruz, Caracas 24 de agosto de 2015
La sabiduría popular tiene un decir que quisiera recordar: “Más
sabe el diablo por viejo que por diablo”.
La naturaleza tiene muchos más años que nosotros los humanos, por
ello es que ha sido un lugar de alimento para mis inquietudes, para
entendernos, para convivir, para VIVIR.
En esta segundo entrega quisiera hablar sobre otros temas que son
parte de mis principios, de mi paradigma.
Mi huella ecológica
Uno de los
aprendizajes más interesantes ha sido el saber que hay unas reglas que se han
llamado Leyes de termodinámica, son básicamente dos, pero también hay muchos
autores que suman una tercera, que yo he acogido.
La primera es la conservación de la energía, que expone que
la energía es constante, solo que se transforma, de un tipo a otro: de calórica
a sonora, por ejemplo. Esta premisa nos señala que la energía está en
movimiento, que va de un estado a otro.
La segunda, también conocida como la entrópica, no dice que
en los procesos de transformación de la energía, pasas de una calidad mayor a
menor. Si tenemos un leño (con energía cinética o potencial) le ponemos fuego,
su energía se va transformando en lumínica, calórica, sonora y pasa de un
estado de concentración energética a otro de diversas, ellas a su vez en ese
proceso generan contaminación (entropía o desorden), lo más visual es sus
cenizas. La ley es clara y lo sabemos, por experiencia que de esas cenizas no
podemos revertir el proceso al leño. En pocas palabras, en el paso de un tipo a
otro u otros, siempre hay una entropía, entre mayor sea la concentración de
energía mayor la cantidad de entropía producida.
La tercera establece que cuando la energía nunca puede
llegar al número 0 en su transformación. Lo explico con una figura: si tenemos
una bolsa de arvejas y se nos cae y riega, habrá un porcentaje importante que
podríamos recuperar fácilmente, luego otro que nos cuesta un poco más de
esfuerzo y finalmente hay una cantidad que para su recuperación invertimos la
misma o mayor cantidad de energía que la que vamos a recuperar, por lo
generalmente no la recuperamos, con lo cual la entropía siempre es ascendente.
Estos principios me enseñaron que vivimos en un mundo
finito, que nuestras acciones dejan una huella, que entre mayor sea la
concentración de energía que utilice mayor será la huella y si todos dejamos
una huella creciente, ella se potencia, un efecto que se ha llamado Bola de
nieve, en este caso negativo para nuestra permanencia en el planeta.
Tormentas en el
horizonte
La teoría del caos tiene un efecto llamado mariposa, el
mismo señala que un batir de alas de una mariposa aquí puede significar un
huracán más allá.
Este efecto tiene puntos de coincidencia con el antes
señalado (bola de nieve). Este último mencionado nos dice que si hay un
problema y no es atacado a tiempo, sigue creciendo y cada vez será más difícil
y costosa su solución, el primero nos propone que cualquier acción, por pequeña
que parezca puede tener consecuencias desastrosas para terceros o nosotros mismos.
Este efecto tiene un decir en la sabiduría popular que lo
retrata: “De buenas acciones está empedrado el camino al infierno”, nuestras
acciones pueden que tengan un efecto inmediato alentador o benéfico, pero el
largo plazo revierte los logros alcanzados y realmente puede ser que un balance
posterior nos muestre que fue peor el remedio que la enfermedad. Mucho más
desastroso es si la misma dispara un efecto bola de nieve.
¿Quién manda a quién?
Las especies animales sociales han tomado el camino, para
poder organizarse y funcionar de una manera más eficiente, de crear una
estructura de poder o autoridad; por ello hemos escuchado que las abejas tiene
una reina, soldados, obreros, entre otros, de los caballos si notamos una
carrera se sabe que quien va a la punta es el líder de la manada, en los
primates también esto opera, es diferente para cada especie, lo que no niega su
existencia. Los seres humanos somos gregarios, especies sociales, por este
motivo, siempre en un grupo, por más pequeño que sea, existe un líder (aunque
hay que aclarar que hay diversos tipos de liderazgos, los de tareas
específicas, los estratégicos…).
En las comunidades indígenas o incluso en algunas culturas
es común que los más ancianos sean los depositarios de tal labor, en otras es
el chamán. En las ciudades, con agregados de comunidades, es un poco más
complejo, por ello muchas de las urbes e incluso a un nivel mayor
(Estado-Nación) han adoptado la elección por medio del voto, de sus líderes.
No voy a entrar a discutir si son escogidos los ideales o si
ahora se opta más por el mercadeo, por la venta de imagen que por sus
facultades como líder; porque no es el propósito de este escrito.
De todo lo anterior puedo afirmar, que la naturaleza cambió
el paradigma con el cual me he acercado al ser humano y sus comunidades, ella
ha sido mi maestra y guía.
Por ejemplo, ellos me han enseñado que debo buscar diversas
alternativas y de todas ellas, intentar la que parezca tener menos impacto en
el largo plazo, que todas mis acciones tienes lados positivos y negativos por
igual, nada es absolutamente positivo o lo contrario (las leyes de
termodinámica lo describen).
También he aprendido que nuestro comportamiento es el de un
animal depredador (el que más daño hace como individuo, sobre todo por las
visiones dominantes en la cultura occidental, que se considera por encima de la
naturaleza); como animal nuestros instintos tienen un alto porcentaje en
nuestro actuar, que nuestra conducta “racional” es mínima, muchas veces somos
parte de una manada que es dirigida por la “lógica del enjambre” (Carl Jung lo
llamó el inconsciente colectivo), de ello se aprovechan los líderes,
especialmente los actuales, que nos llevan a controlar creando tendencias de
percepción, utilizando técnicas de mercadeo de imagen.
Así mismo, he aprendido que los extremos son dañinos (la
sabiduría popular dice que se encuentran), la competencia no es que sea
perjudicial para el ser humano, nociva es cuando se sobrevalua y desprecia la
reciprocidad, la cooperación entre otros seres humanos y entre las otras
especies.
Por último, el sentido de individuo y colectivo nos lleva a
ser intolerantes, segregacionistas y violentos con los diferentes a mi, a mi
grupo (la extrema expresión de ellos son algunas fobias: xenofobia, homofobia...), pero allí debe operar nuestra racionalidad, la naturaleza dice que solo la
diversidad garantiza la supervivencia de todos, quienes han intentado ir en
contra de tal principio terminan relegados por la historia, su recuerdo será de
seres dañinos, peligrosos y tóxicos, que aparentemente buscaron el bien, pero
pisoteando los derechos de muchos otros, desapareciendo física (sea la cárcel o
asesinato) o económicamente (no permitir
que consigan empleo, que obliga a la migración o muchas con el suicidio) a mis
rivales. La naturaleza es la gran sabia, aprendamos de ella, sus enseñanzas
están frente a nosotros, solo debemos observarla y seguir su ruta.
No es solo compitiendo o segregando como podemos vivir,
no debemos seguir a líderes que nos llaman a la segregación del otro, que demonizan al otro; nuestra huella debe ser de regocijo, de convivencia, no empecemos a batir esas
alas que lamentaremos la tormenta.
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