Sunday, September 22, 2013

La velocidad de la naturaleza

Jorge Cruz, Caracas 20 de Septiembre de 2013
Una de las grandes enseñanzas que me ha dado mi cruce de conocimientos con los temas ambientales ha sido entender que la naturaleza tiene su ritmo, su velocidad de cambios; el cual es muy diferente del  que queremos imprimir nosotros los animales humanos.
Ha habido mucha arrogancia de nuestra parte, mucha muestra de somos los machos alfa de la naturaleza,  tenemos un inmenso poder y podemos hacer lo que nos venga en gana, porque siempre habrá una solución tecnológica o idea genial que lo solventará.
Esa visión antropocéntrica también la hemos extendido hacia nuestro congéneres de especies, los otros humanos. Permanentemente, los que están en el poder dan muestras de tales “superioridades”.
Lo real es que la naturaleza es lenta en sus cambios, generalmente van a mucha menor velocidad que un caracol, el resto aún más lento, toman más tiempo del que nuestra vida individual quisiéramos.
Pero no solamente es lenta, sino es quien realmente tiene el sartén por el mango. Ella, cada cierto tiempo, nos somete a cambios bruscos: terremotos, huracanes, tormentas eléctricas, entre otro. Siempre nos pasa la factura, tarde o temprano. Su velocidad se impone, queramos o no.
En esos cambios violentos quedan son pedazos de un pasado desperdigados, donde ella posteriormente pone orden y nosotros participamos en esa recomposición.
Cuando queremos demostrar lo contrario, gritar que somos superiores, lo hacemos temporalmente y luego viene un recordatorio. Yo recuerdo que en el año 1982 estuve en Manaos, Brasil, de allí partía una autopista a dos canales por ambas vías hacia Porto Belo, al sur de la primera ciudad, hacia el corazón de la selva. Unos diez años después era solamente un recuerdo, la naturaleza se había “devorado” esa faraónica iniciativa. Hoy es solamente un recuerdo de una idea fallida.
Con bastante frecuencia aparecen ideas tan estruendosas como un relámpago, algunas se les ha llamado revolución, porque supuestamente significan cambios drásticos, por ejemplo la revolución verde, que iba a solucionar el problema del hambre en el planeta por un aumento significativo de la producción, eran semilla que incrementaban la cantidad de las mismas por mata y, con ello, el rendimiento por hectárea sembrada;  unas cuantas década después, realmente solo ha revolucionado los bolsillos de cierta transnacionales.
También en lo social hemos llamado revoluciones a diversos movimientos: la francesa, la rusa, entre otras.
Todas ellas han terminado como la autopista Manaos- Porto Belo: reagrupando algunas nuevas figuras en el poder (reacomodos, gatopardismo), algunos nuevos machos alfa en el cenáculo; pero migajas, sobras para los que verdaderamente necesitan de los cambios.
Muchas de ellas comienzan con mucha arrogancia: hay que destruir TODO lo “viejo”, hay que imponer nuevas formas de hacer las cosas. La Revolución Verde es un gran ejemplo de ello: se crearon nuevas especies de cereales, se confiscaban las especies tradicionales y se imponía, hasta  por la fuerza, las nóveles. Al final, no se ha acabado con el hambre, se han destruidos especies que pudieran dar beneficios en el futuro, se han homogenizado las especies disponibles para el cultivo, los campesinos sufre con los cambios y los poderosos hacen grandes negocios.
Eso me hace recordar unas declaraciones de un indígena estadounidense que leí hace mucho tiempo; decía algo parecido a esto: el hombre occidental comienza con un toque de tambor y al poco tiempo cambia, luego cambia otra vez, y otra vez y nuevamente; al final se olvidó porque tocaba, cuál era sonido original, es un cambio permanente que no tiene son ni ton.
Así andamos, de cambio en cambio, sin son ni ton, cada cierto tiempo aparece una nueva ilusión, un acto de magia novel, una prestidigitación que sorprende a sus seguidores.
Ayer fueron las cooperativas, después los núcleos endógenos, posteriormente los Consejos Comunales, ahora son las Comunas. Es una historia sin fin, experimentos y más proyectos, propuestas y planes, crecen como los hongos, pero no son hongos son simples inventos que generalmente se quedan en derroches de dinero (que alguien se guarda en sus bolsillos) y la nota de cierre de capítulo: luego de tanto movimiento, que lamentablemente tienen más de tintes electorales,  poco es lo que ha mudado.
Es que la naturaleza tiene su ritmo y nosotros como animales seguimos los ritmos de ella. Nos rebelamos, pataleamos, gritamos, desordenamos; ella, como toda madre condescendiente, permite y luego acomoda el cuarto a su manera.
Los cambios que destrozan todo a su paso, solo dejan desolación o estantes vacíos.