Saturday, December 29, 2018

Dos y cinco no son siete, es dolor


Jorge Cruz, Caracas, 25 de diciembre de 2018

Hay imágenes que te golpean, sacuden y hasta lágrimas provocan.

Recientemente realicé un viaje a Colombia, muchos venezolanos me topé en el camino. Habían de todo tipo, algunos muy decentes en el trato, otros algo más rudos; también en la formación, técnicos graduados con experiencia, como aquellos que habían tocados diversos trabajos; sus orígenes eran dispersos: centrales, orientales y occidentales; algunos iban viajando solos, con parejas e inclusos hijos; eso si, se movían en grupos, esas amistades que hace los senderos, en el compartir las penurias y barreras que pone el destino, todos ellos en la búsqueda de un futuro, con un pasado destruido, lejos de sus familiares y amistades, y un presente dominado por pasos dudosos o vigorosos, pero con la convicción de hacer camino al andar.

Muchos me comentaron que no era fácil, que encontraban desconfianza y personas cerradas, pero así mismo, manos amigas. Muchos querían un trabajo que garantizara mayor estabilidad que estar vendiendo en los autobuses o la calle, pero reconocían que era una montaña a escalar, muchos los días que regresaban con la derrota en sus caras, pero el nuevo día tenía que repetir el toque en otras puertas.

Algunos habían logrado un lugar de labores que les permitía ahorrar, otros sólo lograban el día a día. Algunos fueron estafados en sus trabajos, otros obtenían contratos al bajar los presupuestos, también estaban los que eran mal pagados, dada su necesidad de algo. Aunque los que vendían chucherías o pedían colaboración me manifestaron que les daba para comer, pagar su vivienda y sus otros gastos, como un celular Smartphone con su plan, para tener contacto con sus seres queridos.

En general, con los que hice contacto expresaron que estaban mejor que en su lugar de origen, a pesar de la nostalgia y lo rudo que era estar en un lugar diferente al cual nacieron o ser un extranjero.

Como se puede notar hay alegrías y tristeza, carcajadas y llantos, satisfacciones y desagrados. Una diáspora que no se detiene. En septiembre del año pasado iban un grupo importante con sus maletas, otros solo a hacer mercado o trabajar. En septiembre de este año 2018, había disminuido el número de personas con su macundales al hombro, pero ahora en diciembre nuevamente percibí un incremento de los desplazados por las pésima políticas del gobierno.

También vi con mayor detalle a los que van paso a paso alejándose de sus hogares. Son grupos irregulares en su número, generalmente no había muchas mujeres.

Estos últimos son los que mayor dolor generan en quienes los miramos, son grupos de seres humanos que solo piensan en poder sobrevivir en algún lugar que les garantice un pedazo de pan, ropa para soportar los cambios climáticos en los lares que transitan o su destino final, un celular para saber de su hogar en la lejanía y un lugar de cobijo para descansar luego de una jornada de búsqueda de sustento. Muchos sueñas con un futuro mejor a pesar de un presente duro y áspero.

El cuadro que me hirió profundamente fue ver un padre con dos hijos, uno, de unos dos años, cargado en el frente con una cobija amarrada y un morral en su espalda y el otro de cinco años, si Sres. CINCO años caminando agarrado de la mano de su padre. Sólo cruzó por mi mente la pregunta de cuántos kilómetro habrá recorrido ese infante, que debería estar jugando para socializarse como lo hemos hechos muchos; él solo tenía una carretera por delante. Se acercan las fiestas decembrinas y quién sabe dónde estará en navidad, sin juguetes, quién sabe si tendrá aunque sea una hogaza para llevarse a la boca.

No puedo negar que ese padre y sus dos críos me puso de corazón partío, las lágrimas corrieron y maldije con toda mi fuerza a una revolución que prometió cambio  y que realmente lo lograron: un país despedazado de donde huyen sus habitantes, famélicos, si no es que mueren en los hospitales o tirados en un rincón cualquiera de este territorio llamado Venezuela. Un cogollito que tiene repleto los bolsillos y desea más. Una delincuencia desatada que cobra víctimas por segundos. ¡Cuántas familias y comunidades se vuelto añicos¡ ¡Cuántas ilusiones rotas! ¡Cuántos niños más son necesario que se movilicen como futuro para entender que ha sido un fracaso total!

Comprendí en total dimensión, ese grito que se ha vuelto como un himno en el cual recuerdan a la madre de maduro. Si, ¡se lo merece!