Jorge Cruz, Caracas, 25 de diciembre de 2018
Hay imágenes que te golpean, sacuden y hasta lágrimas
provocan.
Recientemente realicé un viaje a Colombia, muchos
venezolanos me topé en el camino. Habían de todo tipo, algunos muy decentes en
el trato, otros algo más rudos; también en la formación, técnicos graduados con
experiencia, como aquellos que habían tocados diversos trabajos; sus orígenes
eran dispersos: centrales, orientales y occidentales; algunos iban viajando
solos, con parejas e inclusos hijos; eso si, se movían en grupos, esas
amistades que hace los senderos, en el compartir las penurias y barreras que
pone el destino, todos ellos en la búsqueda de un futuro, con un pasado
destruido, lejos de sus familiares y amistades, y un presente dominado por
pasos dudosos o vigorosos, pero con la convicción de hacer camino al andar.
Muchos me comentaron que no era fácil, que encontraban
desconfianza y personas cerradas, pero así mismo, manos amigas. Muchos querían
un trabajo que garantizara mayor estabilidad que estar vendiendo en los
autobuses o la calle, pero reconocían que era una montaña a escalar, muchos los
días que regresaban con la derrota en sus caras, pero el nuevo día tenía que
repetir el toque en otras puertas.
Algunos habían logrado un lugar de labores que les permitía
ahorrar, otros sólo lograban el día a día. Algunos fueron estafados en sus
trabajos, otros obtenían contratos al bajar los presupuestos, también estaban
los que eran mal pagados, dada su necesidad de algo. Aunque los que vendían chucherías
o pedían colaboración me manifestaron que les daba para comer, pagar su
vivienda y sus otros gastos, como un celular Smartphone con su plan, para tener
contacto con sus seres queridos.
En general, con los que hice contacto expresaron que
estaban mejor que en su lugar de origen, a pesar de la nostalgia y lo rudo que
era estar en un lugar diferente al cual nacieron o ser un extranjero.
Como se puede notar hay alegrías y tristeza, carcajadas y
llantos, satisfacciones y desagrados. Una diáspora que no se detiene. En
septiembre del año pasado iban un grupo importante con sus maletas, otros solo
a hacer mercado o trabajar. En septiembre de este año 2018, había disminuido el
número de personas con su macundales al hombro, pero ahora en diciembre
nuevamente percibí un incremento de los desplazados por las pésima políticas
del gobierno.
También vi con mayor detalle a los que van paso a paso
alejándose de sus hogares. Son grupos irregulares en su número, generalmente no
había muchas mujeres.
Estos últimos son los que mayor dolor generan en quienes los
miramos, son grupos de seres humanos que solo piensan en poder sobrevivir en
algún lugar que les garantice un pedazo de pan, ropa para soportar los cambios
climáticos en los lares que transitan o su destino final, un celular para saber
de su hogar en la lejanía y un lugar de cobijo para descansar luego de una jornada de búsqueda de sustento.
Muchos sueñas con un futuro mejor a pesar de un presente duro y áspero.
El cuadro que me hirió profundamente fue ver un padre con
dos hijos, uno, de unos dos años, cargado en el frente con una cobija amarrada y un
morral en su espalda y el otro de cinco años, si Sres. CINCO años caminando
agarrado de la mano de su padre. Sólo cruzó por mi mente la pregunta de cuántos
kilómetro habrá recorrido ese infante, que debería estar jugando para
socializarse como lo hemos hechos muchos; él solo tenía una carretera por
delante. Se acercan las fiestas decembrinas y quién sabe dónde estará en
navidad, sin juguetes, quién sabe si tendrá aunque sea una hogaza para llevarse
a la boca.
No puedo negar que ese padre y sus dos críos me puso de corazón partío, las
lágrimas corrieron y maldije con toda mi fuerza a una revolución que prometió
cambio y que realmente lo lograron: un
país despedazado de donde huyen sus habitantes, famélicos, si no es que mueren
en los hospitales o tirados en un rincón cualquiera de este territorio llamado
Venezuela. Un cogollito que tiene repleto los bolsillos y desea más. Una
delincuencia desatada que cobra víctimas por segundos. ¡Cuántas familias y
comunidades se vuelto añicos¡ ¡Cuántas ilusiones rotas! ¡Cuántos niños más son
necesario que se movilicen como futuro para entender que ha sido un fracaso
total!
Comprendí en total dimensión, ese grito que se ha vuelto
como un himno en el cual recuerdan a la madre de maduro. Si, ¡se lo merece!