Jorge Cruz, Caracas 12 de agosto de 2015
La naturaleza siempre fue una fuente de nutrición. Cuando
pequeño mis padres tuvieron diversos tipos de animales en el patio: gallinas,
ovejos, cochino, perros, gatos y también muchos árboles frutales: guayaba,
mango, lechosa, limón, riñón, níspero en casa de una vecina y merey, al otro
lado, que generosamente sus “brazos” tocaban nuestro tejado.
Yo pasaba largas horas en sus ramas disfrutando de sus
néctares, observando y soñando.
También visitaba mis familiares, con los cuales aprendí a
sembrar maíz, cosecharlo, desgranarlo, cocinarlo, molerlo y ¡zuas! A comer
arepas, a madrugar para ir a ordeñar y, con papelón rayado, beber la espuma que
se produce en esa labor ¡Qué delicia!
Mas tarde me acompañaban en mis lecturas, dándome sombra y
frescor.
Era una de mis atracciones, poder ir a un río, nadar, subir
a ramas y masticar manjares.
Esa cercanía hizo que mi militancia en con los grupos
ambientalistas fuera como propio en mi, algo que me esperaba, a pesar que
estudiaba áreas sociales.
Allí mis compañeros por varios años me enseñaron muchas
cosas, sobre los sistemas y ciclos que cumple la naturaleza.
Pero también aprendí porque pude aprovechar lo que ella me
señalaba en cada una de esas visitas fuera de la ciudad.
La primera enseñanza es que en un ecosistema conviven
diversas especies, la interacción entre ellas es la que permite que todas
puedan continuar sus destinos, unas a otras se complementan, ya sea como presas
o predadores, o cooperante; cuando una de ellas comienza a desbordar los
límites de la capacidad que puede soportar el sistema, ocurren crisis, que
pueden devenir en catástrofes, donde la mayor perdedora puede ser la que inició
el caos, el desbalance.
Un ejemplo de ello es el monocultivo, una especie es la que
domina, pero hace tan vulnerable ese ecosistema que un hongo puede causar que
toda la cosecha se pierda.
Si lo llevamos a plano social notaremos que hemos seguido
ese esquema: Hay diversidad de culturas, de tipos de coloración en nuestro
fenotipo y de composición genotípica y sus resistencias a las infecciones.
Cuando una visión, una ideología ha intentado ser única, ha
causado muchos daños: persecuciones, encarcelamientos, asesinatos o pudiéramos
sumar los suicidios por su desaparición económica (son botados de sus trabajos
y no pueden emplearse por orden gubernamental). Aunque también ellas sucumben a
los pocos años, muchos son los casos conocidos. Otra vía es adaptarse y hacen
aperturas, también son muchos los que pudiera citar, estas pueden perduran
mucho más, porque aprenden a mutar.
Entonces, empecinarse en un solo tipo, el monocultivo
intelectual, de visión, de cultura (en el sentido amplio) es condenarse al
fracaso, a la desaparición.
De lo anterior surge otra enseñanza, en la naturaleza hay
competencia y reciprocidad (colaboración). En ella hay una cadena trófica, que
van desde los que capturan la energía, hasta los que toman la energía de estos
primeros y de los que se alimentan de los que segundos. Las plantas toman
energía del sol por medio de la fotosíntesis; los herbívoros se alimentan de
las plantas, con lo que obtienen la
energía acumulada por la plantas para su provecho; muchos herbívoros son
devorados por carnívoros y estos últimos perecen a manos de otros carnívoros o
por la acción de seres menores que producen daños como lombrices o virus y
bacterias, que los llevan a enfermedades de las cuales no se recuperan; con lo
cual vuelven a ser reciclados por el sistema.
Existen depredadores que están controlando la población de
sus presas, que a su vez garantiza que solo las presas más adaptadas son las
que pueden sobrevivir a sus ataques; es decir, hay una competencia de los más
aptos y adaptados sobre los de menores posibilidades, al fenecer los que tienen
deficientes aptitudes y capacidades su especie se fortalece, aunque como
individuo desaparezca.
No todo es competencia, hay cooperación intraespecies e interespecies. El coral es una buena
ilustración: los pólipos conviven y se alimentan de algas unicelulares con
fotosíntesis que les permite obtener energía para seguir construyendo la morada
de ambos. Posiblemente algunos habrán visto videos de un cisne alimentando
peces u otros similares. También sabemos
que las especies sociales o gregarias como
las hormigas, trabajan en equipos, unidas, unas a lado de otras para
transportar alimentos, para construir sus viviendas, para repeler a un invasor,
entre otras labores; en pocas palabras, buscan juntas el bien común.
Si llevamos estos a términos humanos vemos que la
competencia aviva la innovación, los países con regímenes monopolistas (por el
Estado) tienen productos de baja calidad, baratos mientras estan subsidiados y
poco amigables o versátiles.
Otro aprendizaje, la naturaleza se mueve en dos “espacios”
el individual, por estar integrada por individuos y el comunitario, por ser
parte de un sistema. Cada especie intenta mantenerse en el tiempo, ya sea como
individuo, por lo cual busca reproducirse o salvar a su prole; y al mismo momento,
actúa en pro de su especie, de su comunidad, porque su supervivencia o de su
prole garantiza que la especie continúe.
En el plano del ser humano, notamos que esto opera
permanentemente, nuestras acciones buscan satisfacernos y que nos beneficien a
cada uno como miembro y a su comunidad (esta comunidad puede ser desde la más
restringida, nuestra familia, hasta una comunidad amplia como el país o el
planeta, pasando por otras como la vecindad, el pueblo, entre otros). Es el
interés común el que nos guía en estas interacciones.
En resumen, somos parte de un sistema que cualquier decisión
(con acción o no de nuestra parte) afecta a otros (el Efecto Mariposa, entra al
escenario, aunque lo desarrollaré en otro artículo); competir es parte de
nuestros instintos, como lo es el cooperar, si intentamos racionalmente
desarrollar uno de ellos con mayor fuerza, nos causamos desequilibrios que
pueden llevar incluso a la muerte, como dice un refrán: el fin último de la
competencia es eliminar la competencia, lo que es un contrasentido (algo que
básicamente han logrado los Estados a lo interno y sabemos las resultados de
ellos). Si actuamos solo para los otros, para llevar al extremo, repartiendo
comida, hace que no tengamos reposición de nuestra energía y el deceso es una meta
posible.
Por último, la diversidad es necesaria e imprescindible,
intentar eliminarla, no escuchar al otro, no solamente podríamos generar la
desaparición (física o económica) del otro, sino que estaríamos cavando nuestra
propia tumba. La uniformidad, como la de la Cocacola es relativamente eficiente
y buena para la industria, no para la naturaleza y menos aún para los seres
humanos que solo somos una especie más en ella. Los Estados autistas, que se
escuchan a si mismos, que permiten violaciones a la ley a sus partidarios, que
copan los movimientos sociales, ya sean cooptados o nacidos y legalizados solos
por sus simpatizantes, tienen una vida efímera. Así es como rige la naturaleza,
ella es la que tiene el sartén por el mango y tarde o temprano pasa la factura.